miércoles, 18 de septiembre de 2013

No somos tan distintos.

Parece mentira pero ya casi hace un mes que bajé aquella enorme maleta y me las ingenié para colocar en ella todo lo imprescindible para pasar un año a miles de kilómetros de mi hogar. Fue la mayor partida de Tetris de mi vida, pero no la última.
Al principio todo parecía nuevo, diferente, exótico. Pero cuando una se acostumbra acaba viendo las diferencias y las semejanzas entre ambos países.
Un día aquí empieza de forma bastante distinta. Tu despertador suena a las seis de la mañana. Te levantas, te vistes y desayunas (si tienes humor o si te sobra el tiempo, puedes darte una ducha, pero aquí no se ha dado el caso y tendría que estar loca de atar para levantarme antes de las 6 de la mañana sin ser por obligación.) Al principio costaba, ahora parece automático (aunque hay días en los que una se sigue levantando cual zombie de 'El despertar de los muertos'). Y ahora es cuando me visualizo a mí misma hace un año, quejándome del sueño que tengo cuando son las 8 de la mañana y acabo de despertar. Y ahora es cuando pienso: Alba del pasado, prueba a levantarte a las 6 de la mañana y ya veremos quién tiene más sueño...
Los desayunos son más abundantes aquí, aunque también depende del día. Por la semana una taza de cereales con Nesquik, para no perder costumbre. Los fines de semana, si el tiempo corre a nuestro favor, unas tortitas con sirope, y huevos con bacon, y eso que yo no soy de desayunar mucho... Hace un año mi desayuno consistía en un yogur y un par de galletas (por las prisas, no por otra cosa. Ese es el problema de levantarse lo más tarde posible.) Nunca pensé que me acostumbraría a tomar estos desayunos que más bien parecen comidas, pero lo he hecho, y cuando vuelva a España pienso fomentar la idea. QUE YO POR MIS HUEVOS CON BACON, MA-TO.
Otra gran diferencia es la manera de ir a clase. En Coruña era completamente distinto: timbraba a Ana, esperaba a Flor, esperábamos a Ana, seguíamos esperando a Ana y, cuando por fin llegaba, salíamos apresuradas en dirección al instituto, subiendo una cuesta infernal. Flor la subía a la velocidad de la luz, mientras yo, exhalaba desesperadamente y maldecía la abrumadora cuesta. Unos días llovía, otros hacía sol, pero eso era lo de menos, siempre era el mismo camino.
Aquí todo depende de mi hermana americana. Si puede, me lleva en su coche al instituto y viajamos con la calefacción puesta mientras escuchamos una emisora de rock y cantamos sus canciones con emoción. Así da gusto ir a clase y todo parece sencillo.
El problema llega cuando ella no puede y no me queda otro remedio que coger ese odioso bus amarillo cuyo conductor no es un tío supermajo, ni es un Otto que pone heavy metal a todo volumen, pero eso sí, es más agradable que el busero del 12. Mi primer día en autobús quedará para siempre en mi memoria. Los asientos eran resbaladizos y el autobús inestable. Todo estaba preparado para mi viaje... al suelo del bus. Creo que todavía me duele el brazo de la tremenda hostia que me pegué. Pero no fue en vano, pues ahora aprendí la lección y procuro sentarme en el lado de la ventana o, de no poder ser, agarrarme fuertemente al asiento. Ir a esperar el bus cuando hace buen tiempo no es tan malo. Pongo mi música, tiro la mochila en el suelo y espero con una buena banda sonora de fondo. El problema llega cuando hace un frío inhumano, de ese que se te ponen de punta los pelos que no tienes, y no te queda otro remedio que moverte como una mosca inquieta para entrar en calor. Esto se agrava con el detalle de que es de noche y caminar hacia la parada es poner en peligro tu vida o exponerte ante cualquier violador desgraciado que haya por el vecindario. Mi madre americana me aconseja no ir de negro para que me vean bien los coches, pero eso es una llamada para los asesinos/violadores/tocapelotas/portadores de armas/ especímenes no identificados.
Yo espero el bus pacientemente y miro al cielo esperando a que el sol haga su aparición. Ahora ya estoy más que acostumbrada a él y todo se ha hecho más fácil. Simplemente me dispongo a escuchar MI música (que como tenga que depender de la del bus me suicido) y a mirar por la ventana mientras se me cierran los párpados en señal de cansancio. Los asientos son dobles, así que tienes dos opciones: o te sientas con algún ser humano (no recomendable en algunos casos) o buscas un asiento vacío y nombras a tu mochila como compañera, aunque siempre viene algún despistado/vago al que no le apetece caminar hasta el fondo del bus y que te pregunta: Can I sit here? Y tú, con una sonrisa le respondes: Sure. (La sonrisa es opcional.) Puedes tener suerte y sentarte con la persona más amable del mundo o puede que ocurra lo contrario. Nunca se sabe.
Al llegar al instituto te diriges hacia tu taquilla y la abres cuidadosamente. Esto de tener taquilla es estupendo, (eso sí, cuando aprendes cómo abrirla después de 13152156236 intentos fallidos.) Aquí no hace falta cargar con 13451241 kilos de cosas gracias a ese maravilloso invento llamado internet. Casi todos los libros tienen una versión online, por lo que mis libros no van a volver a pisar mi casa en la vida. Que se queden en la taquilla, ese es su sitio.
La mayor diferencia entre ambas tierras puede que esté en los institutos. Aquí los profesores son comprensivos y siempre están dispuestos a ayudarte, los exámenes no son 'esas hojas escalofriantes que acaban haciendo que a uno le estalle la cabeza' sino que son como una 'gran ocasión' para demostrar tu sabiduría. Si llevas tus deberes al día y vas a clase es imposible que tu nota dependa solo de ellos, lo cual es un alivio. Los alumnos son más participativos. Es extraño ver tantas manos levantadas para responder a una pregunta. Pero más extraño aún es ver que las mesas están impecables; ni una sola pintada, ni una palabra escrita. Ahí es cuando desconfías de esta gente y piensas: ¿serán seres humanos?
 En un día tengo 7 clases, pero son las mismas todos los días. Los profesores no mueven su culo para cambiar de clase, esta vez soy yo la que tiene que recoger y recorrer los cuatro pisos de este edificio esquivando obstáculos (gente) y expuesta a distracciones fuera de lugar (apariciones de individuos sospechosamente atractivos). Y yo hago un sprint, como si estuviera en una carrera a contratiempo. Aquí también es un problema llegar tarde a clase, aunque en este caso sería más aceptable, puesto que a veces tienes que ir desde el tercer piso a las planta baja en menos de  5 minutos con una mochila cargada de cosas a tu espalda y esquivando a cientos de personas. Al principio era agradable ver a tanta gente, tan diferentes unos de los otros, pero llega un momento en el que desearías exterminar a la mitad del instituto para poder caminar tranquila por los pasillos. (Si la CIA está leyendo esto, que conste que no va en serio, más que nada porque no tengo armas para hacerlo...Soy una persona legal que solo muestra sus instintos asesinos en casos extremos...). De hecho muchas veces me pregunto cómo cojones consigo llegar a tiempo a todas las clases.
Algo que me ha llamado la atención es el hecho de dejarnos comer en clase. La primera vez que me lo dijeron no pude evitar mostrar una sonrisa de satisfacción y acordarme de aquellos días de 4º de ESO en los que Torrecilla se metía en problemas por comer Cheetos en clase o en los que Mo obligaba a Adri a tirar su chicle innumerables veces. Aquí eso no pasa, y eso es un alivio para mi estómago, hambriento de sabiduría (y, por supuesto, de comida, no os creáis que me como los libros.)
Otro detalle que me choca es el hecho de poder usar el móvil en clase o de escuchar música. Eso en España sería un desbarajuste: aparecería el típico cani reggaetonero a poner su basura de música sin auriculares porque, como bien sabemos, no saben de su existencia, y crearía la ira de la gente con buen gusto musical.
Otra buena noticia es que aquí no hay reggaeton. Da gusto poner la radio y que no te salga el Daddy Yankee o cualquier otro flipado. Y lo que da todavía más gusto es poner la radio y que salga Green Day. Eso sí es un orgasmo musical. Y más todavía si tu profe de inglés te hace analizar la letra de una de sus canciones.

A la hora de la comida es cuando me entra la morriña. Al principio no me estaba permitido comer en la cafetería y tenía que cargar con una fiambrera para poder comer. El primer día la fiambrera llevaba dentro un apetitoso sándwich de atún. Al día siguiente, otro sándwich. Y otro, y otro y otro y otro.... Y al final acabas diciendo: ¡PERO ESTO QUE EEEEES!? TAMOS TONTOS O QUEEEEE? Te indignas y decides solucionar lo de la cafetería antes de que te conviertas en un maldito sándwich con patas. Y al final lo consigues y disfrutas de la variedad de platos de la cafetería (eso sí, pagando y esperando una cola agobiante.) Ahí es cuando me acuerdo de mi país, aquellos días en los que salía a las 2 de la tarde del instituto y me dirigía a mi casa, donde me esperaba un plato sin nombre, pero seguramente delicioso, que comería viendo Los Simpson, para no perder costumbre. Parece que aún puedo saborear la deliciosa lasaña de mi madre.
Si digo la verdad, aquí la comida no es tan mala. Bueno, todo depende del día. Si mi madre americana está en casa prepara una cena sabrosa de la que no hay queja. El problema llega cuando ella no está y mi hermana americana está demasiado cansada. Ahí es cuando recurrimos a los platos fáciles y recalentados o quizá pedimos una pizza. (Lo que daría yo por un Cambalache, o por una pizza de pepperoni como la de Rodrigo.)

Puede que los americanos nos superen en muchas cosas, pero eso sí, en comida les damos una patada en el culo. Que nuestro jamón serrano le da mil vueltas a ese jamón york que aquí tanto saboreo.

Por otra parte están los deportes. Yo no sé como hace la gente para conseguir hacer los deberes, estudiar y tener vida social dedicándose a cualquier deporte. Aquí tienen una jodida competición a la semana, y eso como mínimo. Que yo ya estoy de competiciones hasta la coronilla y eso que soy la que menos hace. Aquí se toman demasiado en serio los deportes y, siento informarles de que no estaré en los juegos de Tokio 2020, así que no pienso nadar dos horas al día ni aunque me lo pida el mismísimo Barack Obama :)).

En fin, podría seguir nombrando miles y miles de diferencias entre estos dos países. Mis países. Pero eso sería demasiado esfuerzo para mi cuerpo, dominado por el cansancio, así que tendré que ponerle un punto y final a este testamento y dejar para otro día el resto de mis reflexiones.

Puede que seamos diferentes en muchos aspectos, quizá nuestros horarios para comer disten de varias horas, nuestros hábitos alimenticios no tengan punto de comparación, nuestros entrenamientos no sean tan duros o nuestros institutos carezcan de taquillas, de esas en las que se inician conversaciones interesantes. Pero todos somos iguales al fin y al cabo. Nos creemos los mejores y no lo somos. Presumimos de lo que no tenemos y competimos con otros países por la superioridad, cuando lo único que obtenemos es odio. Tenemos nuestras costumbres y nos enorgullecemos de ellas (aunque para mí los San Fermines siguen siendo una tontería, y siempre estaré a favor de las corridas de toros, eso sí, a costa de las vacas, no de los toreros.) Lloramos cuando sufrimos, reímos cuando algo nos hace gracia y hacemos tonterías para pasar el rato. Da igual el idioma que hablen, pues nuestros niños seguirán jugando a la pilla o al escondite. No importa el país en el que te encuentres, pues siempre habrá adolescentes incomprendidos, corazones rotos, fotos de recuerdos inolvidables, reencuentros y despedidas. Los perros siempre ladrarán en el mismo idioma y no hace falta ser un genio para saber que el sol saldrá, más tarde o más temprano.
Porque todos miramos el mismo cielo y dejamos volar nuestra imaginación a causa a su belleza.
No diré que Estados Unidos es mejor que España, pues no lo es. Tampoco diré que España es mejor que Estados Unidos, porque tampoco es el caso. Los dos tienen sus ventajas e inconvenientes y no están hechos para ser comparados y/o enfrentados, sino queridos por sus habitantes y visitantes de otros lugares. Ahora miro el cielo y pienso en Galicia, ¿qué se estará cociendo por allí? Pero eso sí, tengo claro que cuando regrese volveré a mirar el cielo y será entonces cuando me cuestione: ¿Y en Portage? ¿Qué estará pasando por allí? Pues, desgraciadamente, no podemos estar en dos sitios a la vez.

jueves, 5 de septiembre de 2013

The best of both worlds

Miles de kilómetros apartada de mi hogar. La Coruña, bella ciudad costera, nido de gaviotas, destino de trasatlánticos. Sueño con ella de vez en cuando.
Me imagino qué estarán haciendo. Ellos. Mis seres queridos. Los veo hablando de mí y de otras muchas cosas. Los veo riéndose como si no hubiera un mañana y rezo para que no me olviden.
Yo los recuerdo a todas horas: cada vez que veo una cresta, un pelo de colores, un punkie, me acuerdo de Doval. Cada vez que veo frikadas, camisetas de Big Bang o de Star Trek, me acuerdo de Fran. Cada vez que veo una chica guapa me acuerdo de Jorge y pienso en sacarle una foto para que llene el suelo de babas. Si suena dubstep en alguna parte me acuerdo de Adri, y también si algún chico negro se molesta en hablarme. Cuando Bon Jovi suena en la radio o cuando alguien menciona Kentucky me viene a la mente Marta. A veces me preguntan como eran mis clases en España, y es entonces cuando me acuerdo de Cris, y de mi clase de cuarto curso. Cuando se habla de armas, me acuerdo de Rodrigo.
Pero sin duda de quien más me acuerdo es de dos personas en concreto. El libro y la flor, tradición catalana, regalo de Saint Jordi. No es necesario ver nada relacionado con Glee o PLL para acordarse de ellas. A todas horas las recuerdo. Pienso qué estarán haciendo y que me gustaría estar con ellas. Nos veo riendo, cotilleando y haciendo nuestras locuras de siempre y esbozo una sonrisa. Entonces vuelvo a la tierra, me despierto y no encuentro la luz. Quizá será porque esta no es mi habitación, esto no es Galicia y está muy lejos de serlo. Al fin encuentro la luz: miro al frente y veo un mapa de USA. Vuelvo en mí y al fin me acuerdo de dónde me encuentro. Portage, Michigan, USA. Sonrío por estar aquí, lloro por no estar allá. Miro mis colcha y veo una bandera. Mi bandera. A bandeira da miña terra. Leo por 21412556 vez las palabras de mis amigos y dejo de llorar. Coloco mi bandera al lado del mapa y los miro detenidamente. Ahora vivo entre dos ciudades, dos países, dos mundos diferentes y ambos están presentes en mi habitación. Me miran cada noche, antes de apagar la luz y sumergirme en el mundo de los sueños profundos. Me miran cada mañana, cuando me levanto perdida y desorientada. Tal vez cuando apago la luz ambos establecen lazos afectivos e intentar fusionarse. Quien sabe, a lo mejor algún día el Spanglish o el Gallenglish serán idiomas oficiales y todos conviviremos en paz y armonía en nuestro propio edén.
Si ya lo decía Hannah Montana, que lo mejor que podemos hacer es encontrar lo mejor de los dos mundos.
THE BEST OF BOTH WORLDS.



lunes, 2 de septiembre de 2013

Primera semana

Hoy hará una semana desde que llegué aquí. Ha sido una semana ajetreada: he ido a la playa, al lago, de compras, a ver mi futuro instituto, he conocido a mucha gente, he hablado inglés (o al menos lo he intentado) y he encontrado gente con la que hablar español, algo que parecía imposible aquí, en Michigan.
Mis hábitos alimenticios están cambiando y tendrán que acostumbrarse a la comida rápida y a la escasez de buen pescado y marisco. Ha sido una semana impresionante, pero he de decir que no sería lo mismo sin ese grandioso invento de la humanidad al que llaman Skype y sin mi querido Whatsapp. Porque, a pesar de haber hecho tantas cosas, me he sentido sola. Mi familia americana tiene que trabajar y he pasado bastante tiempo en esta gran casa acompañada únicamente por un perro, pero todo se hizo más ameno gracias al contacto con mis amigos y familiares de España. Sin ellos probablemente me habría vuelto loca o me habría deprimido, pero sus palabras me han servido de apoyo y de impulso para seguir aprovechando este año lo máximo posible.
Este miércoles empezaré el instituto. Será difícil encajar allí, hablando un idioma distinto y viniendo de la otra punta del mundo. Será una tarea complicada encontrar las clases, abrir la taquilla, no perderme, entender a la primera lo que me vayan explicando... pero habrá que intentar llevarlo lo mejor posible y no asustarse, ya que este instituto es como 5 veces mi antiguo instituto y en él estudia gente de todas las alturas, razas, pesos, gustos y niveles y eso es fantástico, puesto que te ayuda a abrir todavía más la mente.
Va a ser duro adaptarse a esta vida: levantarse a las 6 de la mañana, acostarse a las 8, siete clases, comer en el instituto, entrenamientos de actividades varias... Ya empiezo a echar de menos la comida de mi madre; quizá debería plantearme aprender a cocinar para poder preparar los platos que me apetezcan cuando llegue a mi límite con la comida basura.
Todo esto será complicado, pero espero conseguirlo con la ayuda de mi familia americana, que hasta ahora se están portando de maravilla conmigo y hacen que me sienta como una más y que empiece a identificar este lugar como un hogar, un segundo hogar, y a ellas como una segunda familia. Evidentemente todo lo que aquí tengo llevará siempre delante el adjetivo "segundo", pues nunca nada podrá sustituir al original, pero siempre está bien poder construir otra vida, más allá de tu vida inicial, dejar huellas de tu existencia en otro país amigo y seguir madurando y creciendo como persona, rodeada de una cultura distinta, con otro idioma y costumbres.

domingo, 25 de agosto de 2013

Cuenta atrás

Hoy es el día anterior a mi partida. En menos de 24 horas mi día se resumirá en terminales, aviones y aeropuertos. Nunca antes había viajado sola en avión, por lo que, evidentemente, me aterra un poco lo que me pueda pasar, pero, por otra parte, me tranquilizo a base de palabras de amigos y familia que me transmiten la calma que necesito. Hoy me es imposible pensar en otra cosa que no sea Estados Unidos. Ya podría haber estallado una guerra entre España e Inglaterra que yo seguiría pensando en lo mismo.

Por una parte estoy nerviosísima, aunque eso no es nada nuevo en mí. Me pasa cuando hay exámenes, exposiciones orales, actos importantes... Vamos, que la calma no suele acompañarme. Sin embargo esta vez me siento completamente distinta. Hoy estoy viviendo una mezcla de sentimientos de todo tipo: tristeza, alegría, ilusión, cansancio, emoción, estrés... Todas esas emociones se juntan en mi cabeza y se pelean entre ellas por dominar a las demás. He llegado a tener dudas de si realmente quiero irme. Acto seguido, me he arrepentido y he deseado estar allí lo antes posible. Poco después me acordaba de mis amigos y me paraba a recordar todos los momentos que este verano viví con ellos, por lo que la melancolía parecía querer apoderarse de mí e hizo que se me escapara alguna lagrimita. Después de ducharme la tranquilidad volvía a mí. Mi madre me abrazaba y me decía: tranquila hija, todo saldrá bien, ya lo verás. Eso me tranquilizaba todavía más, hasta que soltó la frase que esperaba no oír más: te echaremos mucho de menos. Las lágrimas parecían querer volver a escaparse pero yo se lo impedí. No quería parecer triste porque no lo estaba, solo estaba emocionada, pero quizá mi madre lo interpretaba de otra manera...

Ahora vuelvo a estar completamente calmada, no sé si será por la fragancia de espliego que mi madre ha colocado en la habitación o por el cansancio que me invade desde ayer, pero estoy calmada. Y por eso he decidido que era el momento de plasmar cómo me siento en alguna parte.

Mañana partiré a Portage, un pueblo lo suficientemente grande, situado en el estado de Michigan, al norte de Estados Unidos. Desde que vi las fotos de la experiencia de la hermana de Marta me planteé la idea de seguir su ejemplo y pedir la beca y, hasta hace unos meses, pensé que no lo conseguiría. Al principio mis padres se oponían completamente, pero con el tiempo fueron cediendo a dejarme ir, ya que piensan que es una oportunidad única para mí. Si digo la verdad, no contaba con conseguirlo; siempre pensé que mis padres se echarían atrás, o que yo me echaría atrás o que, simplemente, no me concederían la beca. Pero aquí estoy. Ahora todos estamos hechos a la idea y lo llevamos lo mejor que podemos, aunque sé que mi madre está demasiado preocupada, pero ella lo oculta para no preocuparme a mí. Ella se consuela pensando en la familia con la que me alojaré. Solo son una madre y su hija, una chica de mi edad, con gustos similares a los míos y que, al igual que yo, siempre ha deseado una hermana. Además, tienen una perrita llamada Libby, que podría convertirse en la mascota que siempre quise pero que nunca me dieron. Todos parecen muy amables y comprensivos, así que espero que no solo sera apariencia y que todo marche bien. Al irme dejo por un año a unos amigos maravillosos y a una familia espléndida. La verdad es que no creo que aguante ni un solo día sin pensar en ellos: ¿Qué estarán haciendo? ¿Se acordarán de mí? ¿Habrá cambiado algo? Pero las nuevas tecnologías tienen muchas cosas positivas y, entre ellas, están el Skype y el Whatsapp. Y bueno, para los ricos que puedan pagar la factura, siempre quedará el teléfono...

La verdad es que no sé qué me deparará el futuro, si este año será el mejor de mi vida, el peor, o simplemente otro año más, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Pase lo que pase, sé que mi familia me apoyará y mis amigos también. Sobretodo dos amigas en concreto que, después de más de una década, siguen estando a mi lado y yo al suyo y eso es una de las pocas cosas que no han cambiado con el paso del tiempo y que espero que no cambien.

 Y así en medio de mi cacao mental me ha dado por crear este blog dedicado exclusivamente a este año. Espero sacar algo de tiempo para escribir mis aventuras y desventuras y no dejarlo abandonado a los dos días, como hago con muchas cosas que empiezo...